lunes, 30 de mayo de 2016

Problema y contradicción de cuando se defiende la prostitución


Abolir la prostitución, ¿por qué?

«O sistema é unha industria mundial baseada na desigualdade. O corpo das mulleres é reducido a mercancía e accesible por uns cuantos euros».
«Medianoite, xa van catorce clientes aos que non desexo. Para aguantar extraio o meu espírito do corpo e non sinto nada».


«El sistema es una industria mundial basada en la desigualdad. El cuerpo de las mujeres es reducido a mercancía y accesible por unos cuantos euros».
«Medianoche, ya van catorce clientes a los que no deseo. Para aguantar extraigo mi espíritu del cuerpo y no siento nada».


¿Cómo explicar la igualdad existiendo la prostitución?

Píkara Magazine compartió nuestra respuesta a la «Carta abierta al movimiento abolicionista». En el debate originado después, una persona planteó lo siguiente: «Voy caminando con mi hija por el barrio rojo de Ámsterdam y ve prostitutas expuestas en escaparates para que los hombres las calibren, elijan una y paguen por disfrutar de su cuerpo. ¿Cómo le explico la igualdad a partir de esa realidad?». Esta pregunta ya la había formulado en un debate anterior. Nos llamó la atención una respuesta que obtuvo entonces por parte de una persona defensora de la prostitución: que los hombres violentos están en todas partes, no sólo en la prostitución, así que su hija sufrirá esa clase de situaciones en cualquier lugar. Por tanto, le decía, la solución es educarla para que sepa identificarlas y no las deje pasar. Cuando leímos tal cosa, nos acordamos de Soraya Sáenz de Santamaría, en el debate con PSOE, Podemos y Ciudadanos, cuando, sobre la violencia de género, dijo: «Chicas, no aceptéis que os miren el móvil, que os controlen. Nosotras hemos luchado para que las mujeres seamos iguales y no tengamos ese control, no lo consintáis». Es decir, que eso sucede porque sí, no porque exista una estructura de poder que lleve al hombre a tratar de esa manera a las mujeres, por lo tanto la culpa es de ella, y no sólo eso, sino que es también su responsabilidad identificar situaciones violentas y «poner en su sitio» al hombre, o lo que es lo mismo, cuando se encuentre con un hombre violento, ha de censurar su comportamiento, porque eso, sin duda, llevará a que él se excuse de inmediato y reconozca su falta, no volviendo a cometerla nunca: «¡Ay! Disculpa por haberme quitado el preservativo y por no querer usarlo», «¡Ay! Disculpa por haber pensado que tu “no” en realidad quería decir “sí”», «¡Ay! Disculpa por acosarte en la calle desde que cumpliste los once años», «¡Ay! Disculpa por tocar tu cuerpo en los espacios públicos», «¡Ay! Disculpa por haber intentado violarte».
La solución, siguiendo esta lógica, no es erradicar los contextos, ideas o actos que mantengan el machismo (como la prostitución, la masculinidad agresiva o la publicidad sexista), así como tampoco es educar al hombre, sino que la solución es destinar nuestros esfuerzos a decir a las niñas que deben «darse a respetar», «se hagan valer» (¡anda, como nos ha dicho siempre el machismo!). En ellas va a recaer toda la responsabilidad de las situaciones machistas que vivan (¡anda, como ha sucedido siempre con la violación!). Comportarnos de este modo es negar la existencia del sexismo, es restarle importancia y convencer a las niñas de que deben sortear como puedan esas situaciones, no haciendo nada por cambiar la realidad (¡anda, como ha sucedido siempre con los malos tratos en el matrimonio! Hasta los curas decían a las mujeres que debían resignarse y rezar a Dios para que sus esposos cambiasen).
¿De qué sirve que a una niña se le diga que hay hombres violentos? La realidad es que esa violencia deriva del machismo, y eso es lo que habría que cambiar. Tendríamos que educar también a nuestros hijos (por ejemplo, impartiendo en los colegios educación sexual, para que puedan gozar de una sexualidad sana y no putera).
Esa lógica de «educar» a las niñas para que identifiquen situaciones de violencia cae por su propio peso. Se educa para la igualdad, no para la resignación o para la aceptación. ¿De qué sirve, insistimos, en que reconozcan esas situaciones si los hombres no las reconocen? ¿Cómo van a cambiar ellas el mundo si la otra mitad (los hombres) no saben ni el motivo por el que se comportan como lo hacen? Educarlas de esa manera no es educarlas, es, simplemente, enseñarles a sortear las situaciones machistas que se les puedan presentar.
Por otra parte, ¿cómo se podría enseñar a una niña que ella no es inferior al hombre si la realidad muestra lo contrario, si los propios hombres le van a decir siempre que eso no es así, si la propia sociedad se negará a cambiar su forma machista de organizarse? Esa idea de que ella es igual le causaría desconcierto y desorientación, porque esa realidad igualitaria no existe. No sólo hay que enseñarle su valía como ser humano, sino que también hay que hablarle de las estructuras de poder que aún se mantienen y que contradicen esa afirmación feminista. De no ser así, en cuanto saliese de casa, encontrarían que nada se rige por aquello que le han dicho, no sabría dar explicación a las situaciones de desigualdad, ni siquiera las que ella misma podrían sufrir, con lo que posiblemente acabaría por creer que es culpa suya. ¿Cómo va a pensar que es igual a un hombre si la sociedad le repite y enseña (mediante la prostitución por ejemplo) que eso no es así?
El feminismo ha venido a cambiar el mundo, no a poner parches, mucho menos a sustituir al machismo en el «Date a respetar». ¿No se supone que la igualdad no es sólo cosa de mujeres? ¿Dónde queda el hombre? ¿Él no tiene responsabilidad? ¿No habría que también hablarle a la mujer de que la sociedad se organizó sobre una base patriarcal? Si no tenemos en cuenta cosas tan básicas como estas, non vamos a enfrentar el machismo, simplemente vamos a vivir ignorándolo y sorteándolo como mejor podamos.