El machismo es, entre otras
cosas, hablar de la ropa que una mujer lleva. El año pasado, escribíamos lo
siguiente:
Nada ha cambiado en este
tiempo, tan solo que ahora se utiliza el feminismo para justificar el hablar
constantemente del vestido de Pedroche y el crear espectáculo y centrar la atención
en la ropa de la presentadora. Este uso del feminismo oculta lo que permite que
tengan éxito unas campanadas que giran alrededor de la ropa de una mujer: el
machismo y la cosificación de las mujeres, las mujeres como un objeto bello,
una diosa, una princesa hermosa cuya importancia radica en su físico y en sus
vestidos.
Así lo hemos comprobado en
“El Hormiguero”, donde Cristina Pedroche dijo que Nochevieja “ha pasado a ser
un evento en el que la gente espera ver un vestido y un show”. En efecto, la
gente espera ver algo tan machista, superficial y banal, como es el modo en que
va a ir vestida una mujer.
También habló de lo que le
gusta que “España se divide en si le gusta o no el vestido, en si llevo mucha o
menos tela, más o menos transparencias. Es un tema más para hablar en la cena
familiar”. ¿Cuándo podremos dejar de hablar de la ropa de una mujer? ¿Es
posible que eso deje de tener importancia?
“¿Por qué no hay esta
polémica sobre lo que se pone Chicote?”, se preguntó Pedroche después de decir
todo lo anterior. ¿Cómo la va a haber? Obviamente, Chicote es un hombre y no se habla de
su ropa, porque la ropa de los hombres no importa, por tanto ni él ni la cadena
anuncian la Nochevieja ni crean morbo haciendo alusión al traje que se va a poner.
Como muchas hemos hecho
durante el proceso de deconstrucción, Pedroche utiliza el feminismo para
legitimar cosas que no son feministas. Queremos entender el feminismo como una
cuestión de simple elección personal, como una serie de decisiones ajenas a
todo un sistema, para no enloquecer al ser conscientes de cuán influidas
estamos por el patriarcado. Pero, cuando lo hacemos, cuando queremos convertir
en feminista el machismo, cuando queremos adoptarlo con el fin de no pasar por
el duro proceso de superarlo, entramos en contradicciones y callejones sin
salida.
Veamos en qué círculo está
Pedroche atrapada y cómo intenta salir de él: decir que nos gusta que se hable
de una banalidad machista como es nuestra ropa para luego criticar que se hable
de una banalidad machista como es nuestra ropa, es utiliza el feminismo para
evitar las críticas que van a surgir en cuanto alguien repare en lo machista
que es crear morbo de la ropa que lleva una mujer. Es, también, buscar
legitimación y justificación en el feminismo: si yo contribuyo a crear
expectación de mi vestido y después alguien habla de que se está cosificando mi
persona cuando Carlos Sobera me quita la capa y exclama: “¡Atención, atención!
¡Wow, wow!”, yo puedo quejarme de que se está hablando de cómo voy vestida y de
que eso es machismo. Así desviaré la atención de que yo, junto con la cadena,
tengo una responsabilidad a la hora de crear ese espectáculo. Además, si yo
muestro tener conocimiento de que machismo es hablar de la ropa de una mujer,
nadie podrá dudar que soy feminista y que me visto como me da la gana, de modo
que el tema principal (crear un espectáculo alrededor de mi ropa) será
sustituido por “se habla de la ropa de una mujer” y “se me critica por cómo
visto”. De esta forma, podré tener una justificación siempre e incluso podré
argumentar que lo que pretendo es crear un debate sobre ese tema para hacer que
la sociedad reflexione sobre un tema feminista.
La presentadora dijo, además,
que: “Si quisiera, Chicote podría ponerse también transparencias”. Por supuesto
que podría, pero los hombres no han sido educados para dar importancia a su
vestimenta ni para hacer espectáculo de ella.
“¿Qué podemos saber del
vestido? ¿Es sexy?”, pregunta Pablo Motos. Siempre esta clase de preguntas
machistas que dejan claro cuán importante es para la sociedad machista saber
cómo viste una mujer y si con esa ropa está guapa y sexy.
“Me gusta que en el día 2, 3, etc., se siga
hablando del vestido. Queremos que la gente disfrute. Estamos haciendo algo muy
guay, que sube la calidad y cantidad”, contó Pedroche. Ojalá un día las
personas hablen de cosas que no sean la ropa de una mujer. Hemos comentado ya
de este tema en un artículo que podéis leer aquí.
El documental “El cuerpo de las mujeres”[i]
es un estudio muy útil para identificar nuestro rol de objeto en los medios. Es
un análisis muy recomendable para entender la cosificación que se perpetúa
desde los mismos y para entender por qué las campanadas presentadas por
Pedroche constituyen también un espectáculo machista. El documental nos explica
que “La mujer parece secundar cada deseo masculino. Está reducida y se reduce a
ser un objeto sexual”, “Hemos orientado toda nuestra cultura hacia la estética
de un club de striptease”. El problema no es cómo se vista una mujer ni qué
ropa lleve, sino el contexto, la importancia que se otorga a su vestido, el
mensaje que se transmite, el lugar que ocupa el hombre y la mujer. Si vemos las
campanadas teniendo esto en cuenta, advertiremos que Cristina Pedroche vive en
un continuo club de striptease, desnudándose y haciendo un espectáculo sexual
y cosificador de algo tan normal
como quitarse un abrigo y llevar un vestido. El papel de los hombres
consiste en mirar todo el tiempo y deleitarse con su cuerpo.
Ellos aparecen simplemente como los presentadores del programa de
Nochevieja, vestidos de acuerdo a la época invernal, sin que se haga alusión de
ningún tipo a su ropa, sin haber sido su traje el centro de atención cuando
se anunció ese evento, sin un abrigo que los tape para crear expectación sobre
lo que llevarán debajo, etc. Cristina Pedroche, en cambio, aparece tapada para
aumentar la curiosidad y mantener el morbo y, durante los anuncios de
Nochevieja, su vestido ha tenido puede que más importante que la propia
Nochevieja, que la llegada de un nuevo año.
El lugar de los hombres y de Pedroche es diferente. Ellos son los que
miran, ella es la mirada. Por eso, los presentadores primero miran a la mujer,
y, transmitiendo la idea de que ella es un objeto, un cuerpo bello, le piden
que se quite ya la ropa y la ayudan a desvestirla. Es el club de striptease y
el proceso de cosificación de los que nos hablaba el documental “El cuerpo de
las mujeres”.
Aunque, a veces, es la mujer la que se quita la ropa sola, como si fuese
su deseo y libre voluntad, como si no hubiese condicionamientos previos en la
socialización. Sin embargo, el espectáculo machista alrededor de ese “striptease”,
la mirada del hombre (y del público) que se recrea con ella, la expectación
creada alrededor de su ropa, sigue siendo fruto del patriarcado, algo que no
sucedería con los hombres. La última imagen pertenece al documental mencionado.
Observamos que no existe ninguna diferencia entre los espectáculos machistas que
incluye como ejemplos “El cuerpo de las mujeres” y las campanadas que presenta
Pedroche.
Se cosifica a las mujeres al mostrar su cuerpo por partes, fragmentado,
de arriba abajo. Una vez el cuerpo está semidesnudo, el hombre lo alaba, lo ve
con satisfacción y lo presenta al público. Carlos Sobera, cuando le quita la
capa a Pedroche, exclama: “¡Atención, atención! ¡Wow, wow!”[ii].
La cámara continúa la objetivización de la mujer al mostrar su cuerpo por
partes, despersonalizándolo, de arriba abajo, reduciéndolo a piernas, zona
genital, pecho y cara. Los hombres, en este caso Chicote, “como ya hay igualdad”,
también lleva transparencias: en los calcetines. Los muestra al público y fin,
la cámara no insiste más en él, ni en su cuerpo ni en su ropa: él no es un
objeto de deleite ni su ropa tiene la más mínima importancia. Este detalle ha
sido un intento por ocultar el machismo de la cosificación de Pedroche,
alegando que Chicote también llevaba transparencias y que también se habló de
la ropa de él.
Las siguientes imágenes pertenecen a “El cuerpo
de las mujeres”.
Y estas, a las campanadas.
¿Qué diferencia hay? Ninguna, tan solo que en las que aparece Pedroche se incluye la palabra “feminismo”
Siempre hay algo que nos condiciona: la necesidad de estar bellas, y
“para presumir hay que sufrir”. Eso le sucedió a Pedroche en las campanadas del
2016. Cuando Sobera dijo que era el momento de quitar la capa, ella respondió:
“¿Ya? Es que hace un poco de frío”, y repitió luego: “La verdad es que está
entrando algo de frío, sí”[iii].
Contó también que: “Cuando me puse el vestido y sentí que me quedaba un poco
grande, dije: `si me muevo igual se mueven un poco los tapetes y se ve algo que
no debe verse´[iv]. Es decir, no se sentía completamente segura de llevar ese vestido, pero el
deseo de ponerse algo arriesgado, que llamase la atención, pudo con todo. Ese
es el problema de crear esta clase de espectáculos y “expectativas” en el
público: no queremos defraudar y cada vez deseamos llevar algo más diferente.
Es el problema de ser educadas para que nuestra ropa sea más importante que
nosotras como seres humanos que presentan un programa. Siguiendo el análisis
del documental, mientras el deseo de Pedroche es “ser Beyoncé” esa noche, como ella
misma siempre dice, el de los hombres es acompañar a las personas en la
despedida de un año. Es decir, las mujeres deseamos que la gente se quede con
nuestra ropa y belleza, con nuestra presencia como objetos bellos, mientras que
los hombres desean que la gente se quede con su profesionalidad, con su
presencia como presentadores.
Las mujeres son deseadas por su cuerpo y utilizadas como objeto de
recreación visual y excitación. En sus apariciones parece obligado que vayan
semidesnudas, sexys, etc. La cámara graba la ropa interior, el pecho, los
muslos..., siempre tiene que detenerse en alguna de esas partes. Los hombres,
como se ve en las imágenes de Pedroche imitando a Salma Hayeck para un fan —¡qué
mejor sorpresa que bailar para él en ropa interior!—, la miran como si ella fuese
un objeto para su deleite, como una atracción. Están sentados mirándola, como
si fuera una stripper. “Increíble, espectacular, ¡qué momento más bestia!”,
dicen los presentadores entre ellos. Luego se giran hacia el fan: “Imagino que
te lo has pasado en grande. ¡Ay qué despiste! Se nos olvidó quitarte la venda”,
exclaman, haciendo esa broma malísimamente machista de olvidarse de quitar la
venda a un hombre para que se recree ante el cuerpo de una mujer en ropa
interior. “¡No sabes cómo ha sido! Yo te lo explico. Cuando ha empezado con la
caderita, bajaba por aquí toda sensual la tía, ese contorneo, un biquini bufff,
cuando se ha acercado y le ha hecho así... (y se acerca inclinándose)”. Le
dicen después a Pedroche: “viniendo como venías, se nos ha olvidado quitarle la
venda”[v].
Para nosotras, Cristina
Pedroche es una mujer maravillosa y encantadora. Amamos verla sonreír y celebramos
el día que empezó a hablar de igualdad, pero creemos que, al igual que muchas
hemos hecho, está utilizando el feminismo para legitimar cosas que no son
feministas y para justificar el machismo que no ha sido capaz de abandonar
todavía, pues superarlo es un proceso muy largo y difícil, sobre todo si eres
una persona tan expuesta y con tanta presencia en los medios de comunicación.
Esa utilización es un intento de sobrevivir en un mundo tan difícil de
soportar, cuando resulta casi imposible compatibilizar la presión social con el
deseo de libertad. Eso nos lleva a tomar del feminismo lo que más se adecúa a
lo que queremos legitimar de nuestra vida, que es, en la mayor parte de los
casos, el machismo que no conseguimos superar. El problema es que el feminismo
es la ruptura con el machismo, por eso, cuando intentamos utilizarlo como
legitimación, entramos en un sinfín de contradicciones y callejones sin salida.
Y el problema se agrava cuando eres una persona famosa, puesto que estás
creando confusión en las demás mujeres al fundamentar el feminismo en la
libertad individual, dificultando, tanto el propio conocimiento del feminismo,
como el proceso de deconstrucción personal de todas ellas.